
La
Inquisición, como tribunal eclesiástico, sólo tenía competencia sobre
cristianos bautizados. Durante la mayor parte de su historia, sin embargo, al
no existir en España ni en sus territorios dependientes libertad de cultos, su
jurisdicción se extendió a la práctica totalidad de los súbditos del rey de
España.
Precedentes
La
institución inquisitorial no es una creación española. Fue creada por medio de
la bula papal Ad arboleda, emitida a finales del siglo XII por el papa Lucio
III como un instrumento para combatir la herejía albigense en el sur de
Francia. Existieron tribunales de la Inquisición pontificia en varios reinos
cristianos europeos durante la Edad Media. En la Corona de Aragón operó un
tribunal de la Inquisición pontificia establecido por dictamen de los estatutos
Excommunicamus del papa Gregorio IX en 1232 durante la época de la herejía
albigense; su principal representante fue Raimundo de Peñafort. Con el tiempo,
su importancia se fue diluyendo, y a mediados del siglo XV era una institución
casi olvidada, aunque legalmente vigente.
En Castilla
no hubo nunca tribunal de la Inquisición Pontificia. Los encargados de vigilar
y castigar los delitos de fe eran los diferentes obispados, por medio de la
Inquisición episcopal. Sin embargo, durante la Edad Media en Castilla se prestó
poca atención a las herejías.
Contexto
Pedro
Berruguete: Santo Domingo presidiendo un auto de fe (1475). Las
representaciones artísticas normalmente muestran tortura y la quema en la
hoguera durante el auto de fe.
Gran parte de
la Península Ibérica había sido dominada por los árabes, y las regiones del
sur, particularmente los territorios del antiguo Reino nazarí de Granada,
tenían una gran población musulmana. Hasta 1492, Granada permaneció bajo
dominio árabe. Las grandes ciudades, en especial Sevilla y Valladolid, en
Castilla, y Barcelona en la Corona de Aragón, tenían grandes poblaciones de
judíos, que habitaban en las llamadas «juderías».
Durante la
Edad Media, se había producido una coexistencia relativamente pacífica —aunque
no exenta de incidentes— entre cristianos, judíos y musulmanes, en los reinos
peninsulares. Había una larga tradición de servicio a la Corona de Aragón por
parte de judíos. El padre de Fernando, Juan II de Aragón, nombró a Abiathar
Crescas, judío, astrónomo de la corte. Los judíos ocupaban muchos puestos
importantes, tanto religiosos como políticos. Castilla incluso tenía un rabino
no oficial, un judío practicante.
No obstante,
a finales del siglo XIV hubo en algunos lugares de España una ola de
antisemitismo, alentada por la predicación de Ferrán Martínez, archidiácono de
Écija. Fueron especialmente cruentos los pogromos de junio de 1391: en Sevilla
fueron asesinados cientos de judíos, y se destruyó por completo la aljama,[1] y
en otras ciudades, como Córdoba, Valencia o Barcelona, las víctimas fueron
igualmente muy elevadas.
Una de las
consecuencias de estos disturbios fue la conversión masiva de judíos. Antes de
esta fecha, los conversos eran escasos y apenas tenían relevancia social. Desde
el siglo XV puede hablarse de los judeoconversos, también llamados «cristianos
nuevos», como un nuevo grupo social, visto con recelo tanto por judíos como por
cristianos. Convirtiéndose, los judíos no solamente escapaban a eventuales
persecuciones, sino que lograban acceder a numerosos oficios y puestos que les
estaban siendo prohibidos por normas de nuevo cuño, que aplicaban severas
restricciones a los judíos. Fueron muchos los conversos que alcanzaron una
importante posición en la España del siglo XV. Conversos eran, entre muchos
otros, los médicos Andrés Laguna y Francisco López Villalobos, médico de la
corte de Fernando el Católico; los escritores Juan del Enzina, Juan de Mena,
Diego de
Valera y
Alfonso de Palencia y los banqueros Luis de Santángel y Gabriel Sánchez, que
financiaron el viaje de Cristóbal Colón. Los conversos —no sin oposición—
llegaron a escalar también puestos relevantes en la jerarquía eclesiástica,
convirtiéndose a veces en severos detractores del judaísmo.[3] Incluso algunos
fueron ennoblecidos, y en el siglo XVI varios opúsculos pretendían demostrar
que casi todos los nobles de España tenían ascendencia judía.[4] La revuelta de
Pedro Sarmiento (Toledo, 1449) tuvo como principal elemento movilizador el
recelo de los cristianos viejos hacia los cristianos nuevos, sustanciado en los
estatutos de limpieza de sangre que se extendieron por multitud de
instituciones, prohibiéndoles su acceso.
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